viernes, 24 de julio de 2015

Exilio

   La nostalgia quema más que el café que le acaban de servir en un pub irlandés cualquiera. Da vueltas a la cuchara, los recuerdos parecen flotar entre la espuma. El sabor del exilio, escuece. Y la extenuante oscuridad del lugar, así como el incesante barullo, no hacen más que acrecentar su sentimiento de soledad y abandono entre la multitud, que no es para nada su multitud.

   ¿Qué observaran en este momento los saltones ojos marrones de esa niña a la que tanto echa de menos? ¿Y el pequeño, quién le resolverá ahora las millones de dudas sin solución que no cesan de pasear por su inquieta cabezota? Se pregunta si alguien la habrá sustituido contándoles cuentos al terminar el día, si ellos echarán de menos el impulso que solía dar a su imaginación cada noche, antes de dejarla flotar en los sueños. Se pregunta si la echarán en falta, si la recibirán con un abrazo de oso, como los que ellos solían pedir, uno de esos en los que te sumerges como en un colchón capaz de amortiguar caídas que proclaman muerte segura. Suena su canción en el local, no creía a su cuerpo capaz de acumular tanta melancolía, que impregnaba su alrededor en forma de tímidas lágrimas deslizándose  lentamente por su mejilla.

   Quiere volver, quiere que alguien tire la cuerda al pozo y haga la fuerza suficiente para sacarla definitivamente, entonces habrá aprendido a mirar por donde pisa para no volver a caer. Pero no, nadie se atreve a dar más que tirones que la llenan de una esperanza vacía y momentánea que no termina más que en una caída más al fondo.